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18/06/07 Has muerto con las botas puestas, por Luis Pizarro

Mi queridísimo Pepín:
Te escribo esta carta nada más volver a casa después de haberte despedido, de darte el último adiós. Nos has dejado hechos polvo. Te has ido sin que pudiéramos abrazarte para decirte una vez más lo que te queríamos. Maldita sea la hora en que tu corazón, tan habituado a desparramarse en favor de tus amigos, no ha podido aguantar para que siguieras entre nosotros. Eso sí, seguramente todos podemos tener la certeza de que, si tenía que llegar ese momento fatídico, a ti te habría gustado que fuera así, como se ha producido: jugando al fútbol, cayendo con la camiseta empapada y las botas puestas, como los héroes. Tenías tanta clase que no podías tener una muerte corriente. Te gustaba tanto la distinción, que te tenías que ir pronto, sin envejecer mucho; sin que una enfermedad pudiera deteriorar tu aspecto, siempre hecho un pincel, y de manera que nunca podamos olvidar cómo ha sucedido.

Cuando llegaste a Puertollano, no desde tu Murcia natal sino desde Barcelona, tenías 23 años. Tu fichaje por el Calvo Sotelo se anunció un 27 de julio de 1964: “Pepín, del Español, alta en el Calvo Sotelo”, fue el titular ese día, para añadir a continuación que “en la última [temporada] estuvo cedido al Hospitalet, donde destacó siempre por su juego eficaz ante los marcos adversarios. Es alto, espigado, pero de buena constitución física con arreglo a su edad y estatura”.

Tuviste el honor, pues, de pasar a la historia del fútbol en Puertollano porque formaste parte de la primera plantilla que un conjunto de esta ciudad tuvo en 2ª División. Yo sé que recordabas muy bien que Llopis, el entrenador, te había recomendado y confiaba en ti. Lamentablemente, los tiempos futbolísticos no estaban entonces para los jugadores de toque, y menos para un equipo recién ascendido a la División de Plata, en la que había que fajarse y bregar constantemente. Así que, a Llopis empezaron por no gustarle tus taconazos para pasar el balón (¿recuerdas cómo te llamaba la atención en los entrenamientos?), y luego continuó por casi no darte oportunidades, hasta el punto de que sólo jugaste tres partidos oficiales en toda la temporada.

Dicho así, cualquiera diría que tu estancia en Puertollano fue efímera y sin mayor trascendencia. Pero tú sabes que eras listo, muy listo, y un gran tipo. Por tanto, no importó nada que te fueras al Albacete y luego al Manacor, club en el que te retiraste al concluir la campaña en 1967, sin cumplir los 27 años todavía. Bien joven eras, pero de tonto no has tenido nunca un pelo, y resulta que “le habías echado el ojo” a una puertollanera de “no te menees”, guapa, hermosa y más buena persona que el pan, que diría un castizo. Te faltó tiempo para regresar a Puertollano y casarte con Cloti, con la que, como ella misma dice “has vivido desde entonces las 24 horas del día juntos”.

Ahora, con el paso del tiempo, tú sabes bien que esa fue la mejor decisión de tu vida y, para alegría tuya, desde donde nos estés viendo, Puertollano te lo ha agradecido hoy en tu despedida porque cientos de personas has estado contigo. Vete tranquilo, queridísimo amigo, porque has ganado la batalla a aquellas pequeñas miserias que tenemos los seres humanos. Y eso es así porque en los 40 años que has estado entre nosotros, los puertollaneros, tú te has convertido en uno más de los nuestros con tu saber hacer, comportándote como un hombre de los pies a la cabeza, reaccionando ante las adversidades de manera recia, con tu fuerte personalidad; por cierto, de la misma manera que seguro que quieres que reaccionen y superen este trance horroroso tus tres hijos, a los que siempre ayudaremos como tú hiciste con todos tus amigos, entre los que me precio de estar.

Así que, querido Pepín, quiero que sepas que, por un lado la tienda (tu célebre “Boutique”) ha hecho que nadie pueda ya olvidarte por tanto como derrochaste tu entusiasmo para convencernos de que debíamos llevarnos tal o cual prenda, y cómo debíamos combinar la camisa con la corbata, o de que tal cazadora nos sentaba mejor que otra. Por otro, también puedes estar seguro de que tu pervivencia y gloria, en esa historia del fútbol local que citábamos antes, se ha incrementado en la misma medida que tú has sido uno de los grandes protagonistas de la reunión de los veteranos; pero (y aquí viene lo bueno), no sólo por la práctica en sí del fútbol, que amabas tantísimo, sino porque lo supiste convertir en el fundamento de la amistad, del fomento del compañerismo, en la causa para generar aprecios y afectos. Ojala otros sigan tu labor y no se extinga porque así te mantendremos todavía más vivo. Si hubieras visto ayer a todos en tu velatorio; si vieras hoy a todos en tu entierro, compungidos, llenos de dolor, con un nudo en la garganta. No ha faltado ni uno. Hasta José Fernando Rovira ha querido acompañarte, y se ha venido desde Murcia, recordando cómo el 21 de enero de este mismo año pudiste llevarte la alegría inmensa del homenaje que os dispensó la afición puertollanera y los momentos compartidos en torno al fútbol.

Por eso, quédate tranquilo. Para todos los que te queremos (y somos una barbaridad de gente), seguirás viviendo. Permanecerás entre nosotros y recordaremos que pocos como tú han amado el fútbol, y han hecho de la amistad la mejor bandera que uno puede enarbolar. Un abrazo muy fuerte, amigo del alma, lleno de lágrimas porque te has ido.

P.D. Por favor, cuando lo veas, dale recuerdos a tu amigo Luis Pizarro, el librero, al que socorriste cuando te necesitó.